Cuando fuimos peces

Cuando fuimos peces

Cuando fuimos peces. Por el título del libro, yo pensé que se referiría a aquella era geológica, donde los peces se convirtieron en anfibios y salieron a la tierra para seguir evolucionando. Pero no. El tema no iba por ahí. Se refería a una greguería de Ramón Gómez de la Serna que dice que ‘la lluvia es triste porque nos recuerda cuando fuimos peces.’

La autora de este libro, María del Carmen Orcero (San Fernando, Cádiz) se sintió pez no hace mucho. Hace el símil de su adaptación al medio a través del cristal de una pecera, que bien podía ser el cristal de una ventana, de un televisor o de un teléfono móvil. Ese medio al que había que adaptarse y sobrevivir, era la pandemia de la COVID-19.

Uno puede pensar que los escritores o las escritoras, durante la pandemia tenían el tiempo perfecto para poder escribir. Sí y no. Nuestra escritora, con cuatro novelas a sus espaldas, no pudo concentrarse para escribir una obra de estas características que requiere mucha concentración e hilar muy fino.

Prefirió escribir textos cortos, que tampoco son fáciles, porque hay que condensar mucho. De esos textos que compartía en las redes sociales con las personas que le seguían, nacieron estos relatos, que aparecen hoy a la luz en forma de libro, cuando la pandemia, nos dicen, ha pasado.

Reconozco que el libro a mí me asustó un poco porque yo soy uno de los heridos en esa pandemia, que aún arrastro la pérdida de mi padre, que murió solo, sin poder despedirle ni enterrarle. Pero no, el libro no va sobre la pandemia. Va sobre la vida, en todos los aspectos. Relatos cortos que nos llevan a historias que no nos son muy desconocidas. Algunas de hecho, son como si te miraras al espejo. No tienen continuidad unas con las otras. Puedes leerlas en el orden que quieras, pero ya te digo, persona que amas la lectura, que te lo leerás de un tirón, porque son tan buenas y adictivas, que es como coger un ovillo de lana. La escritora te da las agujas y tú no vas a parar hasta que veas el jersey completo.

Son treinta y nueve relatos, dice M. Carmen Orcero. Yo digo que son cuarenta. Porque la ilustración misma es un relato. Una mujer con un paraguas, bajo esa lluvia incesante que cae sobre la novela. Mirando al frente, con botas de tacón. Los tacones para mí siempre han significado poder, fuerza y sobre todo, equilibrio, algo de lo que estamos tan necesitados en estos tiempos.

Me lo he terminado en dos días en el escenario perfecto: cruzando el puente de Carranza sobre la bahía. Viendo a lo lejos la isla de San Fernando, a través del cristal de la ventana del autobús. Pero no me he sentido pez leyéndolo. Por suerte, los peces están ahora en el mar, que es donde deben estar.

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