AMOR SAGRADO ¿Puede un sacerdote enamorarse de otro hombre?

Me quedé mirando la tarjeta y no era capaz de levantar la mirada.
— ¿Te ocurre algo? — me preguntó.
— ¿Eres cura?
— Sí, ¿te importa?
— Sí, me importa — le dije, alzando mi vista y mirándole a los ojos.
Se quedó en silencio. Notaba sus nervios.
— Yo ya sé de qué te conozco. He estado contigo en el seminario — continué hablándole.
Seguía rojo y muy nervioso. Le temblaban los labios y la voz. Parecía que le iba a dar un colapso.
— Tranquilo, Felipe. Tranquilo que yo no voy a decir nada ni te voy a juzgar. Tranquilo.
— Es que me he cagado, tío, si es que no tenía que haber quedado.
— ¿Has quedado alguna vez con alguien como conmigo?
— No.
— ¿No me mientes?
— No, te lo aseguro. He quedado porque me pareciste distinto a lo que solía encontrar.
— ¿Tú no me recuerdas?
— No.
— Fui con unos amigos un domingo por la tarde al seminario a tomar café con los de Introductorio, para conocer el seminario y ver si teníamos vocación, que a la vista está no tenía. Tú estabas allí. Viniste con nosotros.
— Verdad, de una parroquia obrera ¿no?
— Sí.
— Tú eras el que nos contaste que estuviste en el Camino.
— El mismo.
— Sí, te recuerdo, es que veo a muchísima gente. Y no te esperaba aquí.
— Pues ya ves, que puntería.
— Quiero pasar desapercibido y quedo con uno que conoce la Iglesia – dijo resoplando.
— De pe a pa la conozco.
— Por favor, no digas nada.
— No, te he dicho que no. Puedes estar tranquilo. Bueno. ¿Y qué buscabas o esperabas encontrar?
— Un amigo con el que poder hablar.
— ¿No buscabas ligar?
— Te he dicho que no.
— ¿Cómo lo llevas?
— ¿El qué?
— ¿El qué va a ser? El ser gay.
— Mal, muy mal. Nadie lo sabe.
— ¿No se lo has contado a nadie?
— A un compañero bajo secreto de confesión.
— ¿Qué te dijo?
— Que olvidara esto. Luego, dejó de hablarme.
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